There is a blue ribbon at the end of the line

domingo, 1 de febrero de 2009

Hace no tantos años, pero algunos ya, descubrí que escribiendo me expresaba mejor que de cualquier otra forma. Mi voz era queda, mi cuerpo encorvado. Encontré en la velocidad de mis dedos al teclear la oportunidad para decir lo que tenía que decir, es sabido que se piensa mejor cuando se escribe, se tiene la oportunidad de leerse, de leerse en voz alta. De estructurar y cambiar, de hacer juegos de palabras, de mirar lo que se escribe como cuando se toca un instrumento y los ruidos, porque yo para la música no más no, surgen de él.

Hace diez años tenía una especie de diario, me quejaba de todo; no, no de todo: de chicas, la escuela, el sistema y mis padres. Me gustaba año nuevo, siempre me daba inspiración (seguro la misma que le da a todo mundo). En esos mismos años me dio por dibujar en todos mis cuadernos, cosa que no he dejado de hacer. Hacía unas cosas graffiteras refeitas y súper intensas. Era lo que ahora se le llamaría un emo, solo que sin el fleco, la ropa pegada y la música del género. Se me podía ver caminando sin rumbo, escuchando discos y leyendo sentado en cualquier rincón. Confieso que siempre busqué amigos, pero me fue muy difícil obtenerlos, pero algunas personas muy queridas por mí han logrado tenerme mucha paciencia desde entonces.

Me gustaban las clases de inglés de la preparatoria, eran básciamante de literatura y particularmente en una de ellas, una pena que no recuerde el nombre del profesor (pero si recuerdo haberlo visto pasar una noche afuera de mi casa). Nos ponía a escribir versos utilizando recursos literarios, recuerdo haber escrito lo mejor de la clase. No recuerdo el poema y lo perdí, pero la imagen me es muy fácil de evocar. Decir que era el mejor de la clase no es un gran mértio, considerando el tipo de compañeros que tenía, pero es de los momentos literarios que mayor alegría me han dado.

Entonces, escribía como podía y cuanto podía y realmente nunca me interesó eso de la publicada; sigo creyendo que soy bastante mediocre, no puedo acabar lo que empiezo, mis diálogos son peores que los de cualquier película nacional, aunque estoy seguro que son buenas ideas.

Sin embargo lo sigo haciendo, sigo escribiendo, sin tener rumbo, sin tener la más mínima idea de lo que voy a hacer con todo esto. En realidad hay dos opciones: hacerme un amargado lector empedernido o tratar de moverme y buscarme clases y contactos y terminarlo todo.

Es un mundo cruel el que formamos con las palabras, afortunadamente las palabras y significados cambian. En esos años pensaba que la realidad era una y total y predestinada. Diez años después, casi al concluir mi tesis de Creación de Mundos y preparándome para confrontar los temores de toda mi vida, me siento bien y me siento fuerte.

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