Tiempo después tuve mi primer manopla, una bonita Rawling. Eran los tiempos en que uno dejaba la primaria para entrar a la secundaria, jugábamos en parques cercanos a mi casa y ahora que lo pienso, eramos mucha banda beisbolera. No recuerdo haber visto otros niños jugar béisbol por los rumbos, bueno ni fútbol años después (cabe mencionar que un parque lo llenaron de árboles para que no jugáramos y otro apenas se recupera de los intensos partidos dominicales).
Me gustaría saber dónde dejé esa manopla.
Abandoné el deporte que nunca practiqué en forma, esporádicamente salía a pelotear con amigos o íbamos al campo de CU, pero nada serio. Un buen día, en la facultad, se dio la oportunidad de formar un equipo de béisbol. Mi facultad se caracteriza entre muchas cosas por tener un exceso de mujeres y por tanto una falta de hombres que quisieran practicar algún deporte y, mucho menos que quisieran jugar béisbol. Con algunos, ejem, sí, estudiantes de la facultad, logramos formar un equipo. Elegimos uniformes, y puedo presumir que fueron los más bonitos de todas las facultades. Un conjunto gris, con morado (el color de la facultad para los deportes) y vivos en negro. Una nueva manopla fue necesaria, y la elegida fue una Mizuno, compré concha, suspensorio, esas banditas para los antebrazos que no sirven para nada pero dan porte, y guantes para batear. Era todo un beisbolista. Así pasó un poco más de un año, entrenamientos durante la semana, partidos, partidos en Xochimilco, con topos y hoyos. Había topos en los jardines, hacían hoyos y salían saludar. Se acercaba el final de la carrera y los miembros del equipo poco a poco decidieron que eran más importantes sus clases y el equipo se desintegró. Los restantes nos juntamos con restos de otros equipos del STUNAM y después se formó el infame equipo de Los Corsarios (un uniforme dorado amarillo horrendo, que agraciaba una gorra negra con el logo de la Corona). Ese equipo duró poco, y así pasaron mis glorias beisboleras.
Hace poco, Aarón (aka El Mariachi, Wasabi, El Cubo, Raron, Memo, Caballo, etc), nos invitó a jugar de nueva cuenta en la liga maya, algo parecido al béisbol, pero con pelota de softball, y medidas de softball y reglas de softball, pero que yo le digo béisbol. Recuperé mi equipo y me preparé, la semana de mi regreso por alguna razón que no recuerdo no fui a jugar, la mala fortuna me acompañó; me abrieron el coche se robaron mi maleta, que contenía: mi concha y suspensorio, mi camisola número 9, un pantalón, un cinturón, probablemente mis guantes de bateo, y unos tennis adidas muy viejos. Espero que al ratero le aproveche mi concha y se la meta por donde le quepa.
Hace un par de semanas al fin pude ir al campo a jugar, muy divertido. La segunda vuelta fue ayer y espero que dure bastante. Necesito comprar el equipo que el mhdp me robó y que ojalá una enfermedad mortal muy rara y nada transmisible apañe su sistema reproductor.
Ir a jugar béisbol tiene algo diferente, no sé si sea poder platicar tranquilamente en el dogout, preparar el bateo, correr a primera, o en su defecto, regresar a tu lugar con la mirada al suelo, o estar en el jardín central esperando un regalo del cielo y salvar el día.
Pronto, una historia de ficción sobre los umpires, uno de los personajes más interesantes de todo el deporte.